Como muchas historias de negocios extranjeros en lugares remotos, KIM es el resultado de un flechazo de amor. Camilo Gómez, diseñador industrial colombiano, andaba mochileando por Asia cuando en pleno desierto de Rajastán conoció a Bo, una hermosa coreana que después de muchas vueltas terminó radicándose con él en Bogotá. A su llegada, lo primero que hizo fue identificar restaurantes de cocina coreana, ya que como es bien sabido, los coreanos no pueden vivir sin arroz o kimchi (diversidad de vegetales fermentados como la col y el rábano). Sin embargo, en vista de la limitada y costosa oferta de este tipo de gastronomía en la ciudad, la joven pareja se vio en la necesidad de preparar en casa, los tradicionales alimentos de la dieta de Bo.
Como les quedaba tan rico, tuvieron la idea de envasar el kimchi y venderlo a restaurantes u hogares, aprovechando la fama que estaba tomando este fermentado entre los jóvenes chefs que empezaban a usarlo en sus creaciones. Pero, como casi ninguna idea de negocio resulta ser idéntica a la que uno se imaginó, el kimchi en tarro se convirtió en un maravilloso restaurante.
Yo me topé con Kim por pura casualidad; iba rumbo hacia otro sitio a almorzar y cuando pasé por el frente me llamó la atención ver lo lleno que estaba. Le dije al amigo con el que iba que cambiáramos la planeada hamburguesa por comida coreana, tal y como decía en el aviso de la fachada de Kim. Al entrar nos encantó el ambiente: limpio, iluminado y sencillo; nos acercamos al mostrador y un chico que después supimos era Camilo, nos dio la bienvenida y se apresuró a contarnos que el bibimbap – uno de los platos más vendidos de la carta – era el equivalente al tradicional calentado colombiano. Traíamos un hambre fatal así que no dudamos en ordenar uno para cada uno. Mi amigo optó por el de cerdo y yo me incliné por el de tofu. Para acompañar, nos recomendaron un par de Tres Cordilleras de trigo. Nos sentamos y en menos de 5 minutos llegó el pedido a la mesa. Dos bowls llenos de deliciosa y colorida comida, una tacita de sopa de miso y un “tetero” o dispensador de salsa personalizado, lleno de Gochujang, una salsa roja a base de chiles coreanos, que no pica y que nos recomendaron agregar a nuestro gusto sobre el plato y luego revolver todo. La felicidad fue inmensa. La comida deliciosa, fresquísima y abundante. El precio justo e invitador para repetir varias veces en la semana.
Tomé algunas fotos casuales para recomendarlo en mis redes sociales y en pocas horas tenía a muchas personas preguntándome por el lugar. No en vano, la cultura coreana está hiper de moda y ni se diga su comida. Al otro día fueron algunos colegas ciclistas que vieron mi post (hay que aclarar que los ciclistas nos cuidamos mucho con lo que comemos ya que un bocado equivocado puede afectar del todo el rendimiento de la rodada del día siguiente) y su dictamen fue: “quedamos matriculados”.
A parte del bibimbap y el kimchi hay también ramen (caldo con fideos, vegetales y carne), bulgogi (carne de res salteada con arroz para hacer tacos en hojas de lechuga), yekuk bokkeum (prácticamente lo mismo, pero con carne de cerdo) y otras exquisiteces más. El plato más costos cuesta $19,000 pesos y las bebidas no pasan de $7,000. KIM, que además es amigable con las mascotas, es un restaurante simplemente irresistible. Un destino que vale la pena explorar.
KIM COMIDA COREANA
Carrera 10 A # 69 – 25
Bogotá, Colombia
Instagram @bomilokim
ACERCA DEL AUTOR:
Como Economista y Sommelier Profesional, Michelle Morales combina su labor de consultoría administrativa y estratégica a empresas de restaurantes en Colombia con una activa participación en medios escritos en los que comparte sus historias y vivencias en su principal campo de acción: la gastronomía y el estilo de vida. Adicionalmente, trabaja activamente como Sommelier Consultor para varias compañías de la industria, al tiempo que se dedica a comunicar a través de sus redes sociales, todas sus experiencias en restaurantes, bares, hoteles y diferentes experiencias que, por su trabajo y estilo de vida, suele disfrutar.