Oscar Schiappa-Pietra es Magister en Gestión Pública, Kennedy School of Government, Harvard University; Magister en Derecho Internacional y Comparado, George Washington University; Magister en Políticas Sociales y Planeamiento en Países en Desarrollo, London School of Economics and Political Science; Magister en Derecho con Mención en Derecho Internacional Económico, Pontificia Universidad Católica del Perú y Abogado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente, es Jefe del área académica de Gestión del País y Organismos Internacionales en CENTRUM Católica Graduate Business School.
Actualmente, es Jefe del área académica de Gestión del País y Organismos Internacionales en CENTRUM Católica Graduate Business School.
La fusión de la riqueza medioambiental y la creatividad han encontrado admirable plasmación en la culinaria peruana. La variedad y calidad de insumos naturales disponibles y la diversidad cultural nos permiten ofrecer al mundo un menú de intensos aromas y sabores, que merecidamente está concitando interés global. Tenemos sobradas razones para sentirnos orgullosos, pues al fin de cuentas nuestra comida es una expresión de lo que somos como sociedad. Pero, a la vez, requerimos ejercitar la humildad para comprender que la proyección global de nuestra culinaria constituye todavía una tarea pendiente, y que demanda de nuestra disciplina y esfuerzo para alcanzar un reconocimiento sostenible.
Dentro del contexto global, el Perú no es ni va a ser en el futuro previsible una gran potencia económica, política o militar. Pero, al lado de su pródiga abundancia de recursos naturales, nuestro país tiene una particular riqueza cultural que lo distingue dentro del concierto de naciones, y de la cual es expresión destacada su culinaria. Para expresarlo con las categorías de la disciplina de Relaciones Internacionales, carecemos de poder duro (hard power); pero tenemos mucho potencial de poder blando (soft power), como lo evidencian nuestros recursos culturales.
La proyección global de la culinaria peruana, como emprendimiento explícito desoft power, hace imprescindible un esfuerzo estratégico concertado entre el Estado y el sector privado (incluyendo dentro de este último a universidades, asociaciones, emprendedores y empresas). Actualmente carecemos de esa estrategia concertada, y lo poco que se hace constituyen iniciativas aisladas, bienintencionadas pero de escasa sostenibilidad.
Los peruanos tenemos que abordar al menos cinco desafíos para lograr que nuestra culinaria alcance una proyección global sostenible. De un lado, tenemos que crear una cadena de abastecimiento logístico que alcance a todos los ofertantes de comida peruana a escala global. Esto permitirá estandarizar la calidad de los ingredientes y –en última instancia- del producto final que disfruten los comensales, brindándoles la oportunidad de identificar con claridad los sabores, aromas y apariencia de nuestra comida. La falta de esa cadena logística global conlleva a que actualmente se promocionen por todo el mundo platos que poco tienen que ver con aquéllos que caracterizan nuestra tradición cultural, o que simplemente no sea replicable nuestra culinaria en otros contextos.
Si queremos que la marca culinaria del Perú adquiera reconocimiento global, tenemos también que desarrollar un sistema de certificación de calidad (“un ISO de la culinaria peruana”) al cual puedan acogerse los proveedores en distintas partes del mundo. Esto permitiría garantizar la preservación de estándares mínimos de calidad y de fidelidad culinaria, evitando que los inescrupulosos, inexpertos u oportunistas sean quienes definan esa marca –frecuentemente de modo negativo o indiferenciado- en la mente de los consumidores por todo el mundo.
A la vez, y sin sacrificar los empeños creativos que también deben permear el arte culinario, se requiere promover grados relativos de estandarización de calidad. Comensales experimentados suelen observar que la oferta en restaurants peruanos –dentro de nuestro país y en el exterior- es muy inconsistente: un mismo plato en el mismo restaurant puede tener sabores, presentación y calidad general muy distintos de un día al siguiente.
Igualmente, requerimos concertar un diseño institucional común para promover la proyección global sostenible de nuestra culinaria: ¿Quién hace qué y cómo? ¿Dejamos todo librado a la iniciativa privada, generalmente de pequeña y limitada escala, como ocurre hasta ahora? Una alianza público-privada debiera servir como marco de acción.
Finalmente, tenemos que abordar decididamente la cuestión de la salubridad en los restaurants dentro de nuestro país. Este no es un problema significativo en buena parte del resto del mundo, pues de ello se ocupan eficientemente las respectivas autoridades sanitarias nacionales. Pero no ocurre lo mismo dentro del Perú, donde los estándares de salubridad en restaurantes siguen siendo deplorables, no obstante el aparente lujo y elevados precios de algunos. Resulta inadmisible, y evidencia nuestras hondas carencias institucionales, que parte del paquete turístico de nuestros visitantes extranjeros implique contraer alguna dolencia gastrointestinal como resultado de su exposición a nuestras comidas.
En resumida cuenta, tenemos mucho que ofrecer al resto del mundo a través de nuestra culinaria, pero mal hacemos en dormirnos sobre nuestros laureles esperando que las tareas se hagan solas. La proyección global estratégica y sostenible de nuestra culinaria constituye una oportunidad y un desafío que esperan nos atrevamos a abordarlas.
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